HISTORIA

 

 

 

A comienzos en los años sesenta, a raíz del auge económico de la emigración a Europa, el barrio de Mariñamansa empieza a sufrir una serie de transformaciones en su fisonomía que hacen que pase de ser una zona en la que predominaba el tipo en vivienda diseminada a convertirse en un barrio en el que se abren nuevas calles y los edificios crecen en altura. Ante esta expansión el obispado se plantea la posibilidad de construir una iglesia que cubra las necesidades de la zona que hasta la fecha veniían siendo atendidas por la iglesia de la Trinidad. Se optó por un edificio austero y amplio, proyectado por el arquitecto ourensano Manuel Conde Fidalgo. En la nueva parroquia trabajaron tres destacados escultores: Failde, Buciños y Acislo Manzano.

Como lugar idóneo para la nueva edificación se pensó en un solar de propiedad municipal situado en la avenida de Zamora, en el que tiempo atrás había existido un Hospitalito y que después pasó a utilizarse, de manera temporal, como plaza de toros.

En la negociación llevada a cabo entre el Obispado y el ayuntamiento se acordó un canje por el cual a cambio de este solar, la iglesia cedía el edificio conocido como cácel de la Corona y situado en la parte posterior de la casa consistorial.

La obra fue encomendada al arquitecto Manuel Conde Fidalgo que eligió como material base para la contrucción la piedra. Desde el punto de vista arquitectónico opta por un tipo de edificio que estuvo en boga durante los años sesenta-setenta, en el que se tiende a simplificar gastos y ornamentos.

El resultado es una iglesia de una sola nave de gran amplitud con sacristía y unas capillas adosadas a cada uno de los lados, amplia cabecera curva y un modesto coro a los pies. Al exterior los muros laterales se manifiestan de forma quebrada, albergando en una de las caras pequñas vidrieras de colores. Un geométrico campanario, rematado por tres cimas de alturas diferentes, rompe la simetría al elevarse en ellado izquiedo de la cabecera.

En la fachada principal su forma triangular presenta la parte central enlucida y decorada con un rosetón y pequeñas cruces de piedra, los laterales de piedra llevan labrado dos monumentales relieves de S.Pío X. En la parte inferior el pórtico de entrada está sostendio por seis columnas de base cuadrada forradas en granito rosa pulido y rematadas por capiteles rectangulares e historiados.

 

El programa escultórico que completa la obra arquitectónica en su exterior, fue encomendado al escultor ourensano Antonio Failde, que por estos años se encontraba en la cumbre de su carrera. El artista realiza los dos bajorelieves de la fachada principal en los que aparece S.Pío X, en uno de ellos representa solo como pontífice con capa, fiara y báculo y en el otro con la Eucaristía y rodeado de un grupo de personas. El programa se extiende también a los capiteles del pórtico, en los que narra de izquierda a derecha y en todas sus caras, la vida del santo desde que era un niño su origen humilde y acudía a la escuela de su pueblo natal de Riese (Veneto) hasta sus últimos años y como pontífice (1903-1914), no olvida su paso por el se3minario, ni su labor pastoral como sacerdote y obispo.

A lo largo de toda la narración se insiste en resaltar la relación de S. Pío X con la Eucaristía de la que fue un gran defensor y sobre la que, siendo papa, sacó varios decretos como los que versan sobre la comunión diaria o la comunión de los niños.

Desde el punto de estilístico y a pesar de ser obra de encargo, Faílde trabaja con mayor claridad en los relieves monumentales de la fachada. Por el contrario, en las escenas de los capiteles cae en el abigarramiento, llegando a superponer episodios en algunas de las caras, lo que dificulta la lectura. No obstante, a pesar de este ''horror vacui'' hay que subrrayar que la técnica, el primitivismo y la ingenuidad de estos pasajes y figuras están mas próximas a la sensibilidad habitual de escultor.

Cuando se inaugura el templo en1964 aún no estaba decidido cual iba a ser el programa iconográfico del interior. Descartada la posibilidad de colocar un retablo presidiendo la cabecera debido a que las grandes dimensiones de esta requerían un desembolso impensable, seoptó por la sencillez, muy en la línea de los postulados del Concilio Vaticano II.

 

TRABAJO COMPARTIDO

Se acuerda contactar con dos jóvenes escultores Ascisio Manzano y Manolo García de Buciños, de los que se empezaba a hablar con cierto misterio, incluso el primero de ellos había realizado ya algún encargo de este tipo. Los artistas tallan a gran tamaño y en madera una Deesis en la que hay una cierta simplificación formal pero sin apartarse de la concepción tradicional por deseo expreso del cliente, en este caso el Obispado.

El trabajo es repartido y compartido por los dos artistas, García de Buciños hace la imagen de la Virgen y Aciscio Manzano se encarga de la de S. Juan. Curiosamente, el Cristo, la pieza más interesante del grupo es obra de ambas escultores, correspondiéndole la mitad de la imagen a cada uno de ellos.

El resto de la imaginería del templo es de muy diversa procedencia. Una Virgen del Rosario en madera adquirida a un anticuario y cuya datación puede oscilar entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Debido a su mal estado en el momento de la compra fue restaurada y se le añadió la corona de plata que hoy ostenta. Por el mismo procedimiento en la década siguiente se adquirió el Cristo del dolor, que quizás se trate de una obra popular inspirada en la imaginería medieval. Desde finales de los años sesenta se encuentra en depósito una copia del camerino del Sto. Cristo, obra de los imagineros Núñez y propiedad del Obispado.

 

Por sus dimensiones y su condición de paso de Semana Santa obligó a reestructurar la capilla lateral que la alberga. Completan el repertorio una seie de imágenes de escayola sin interés artístico y entre las que se puede destacar a nivel anecdótico, la imagen de S. Pío X que procede del colegio del Sto. Ángel y que fue regalada por las monjas de este centro a su primer párroco, D. Antonio Vázquez Borrajo, cuando se inauguró la iglesia.

San Pío X
Papa y confesor
Fiesta: 21 de agosto
1835-1914

 

"Era uno de esos hombres elegidos, de los que hay pocos, con una personalidad irresistible. Todos tenían que sentirse conmovidos por su absoluta sencillez y su bondad angelical. Sin embargo, era algo más lo que le hacía entrar en todos los corazones; ese "algo" se puede definir mejor al observar que todo aquél que fue admitido a su presencia salió con la profunda convicción de haber estado frente a un santo. Y, entre más se sabe sobre él, mayor fuerza adquiere esta convicción".
-Baron von Pastor, historiador, sobre el Papa Pío X:

Nuestro Papa nació en 1835 con el nombre de Giuseppe (José) Sarto, hijo de un humilde cartero, en la ciudad de Riese, en el Veneto. Fue el segundo de diez hijos de la pobre familia. Asistió a la escuela elemental de Riese y, gracias a las instancias del cura párroco, pasó a la escuela superior de Castelfranco, a una distancia de ocho kilómetros, que el chico recorría a pié dos veces al día. Más tarde, en virtud de una beca que se obtuvo para él, pudo asistir al seminario de Padua. Por dispensa especial, se le ordenó sacerdote a la edad de veintitrés años y, desde aquel momento, se entregó completamente al ministerio pastoral; al cabo de dieciséis años, ascendió a canónigo en Treviso, donde prosiguió con mayor ahínco su dura y generosa tarea sacerdotal.

En 1884, fue consagrado obispo de Mántua, diócesis que se hallaba en bajas condiciones morales, debido a su clero negligente hasta el extremo de haber provocado un cisma en dos poblaciones. Fue tan limpio y brillante el triunfo que obtuvo el obispo en el desempeño de aquel cargo plagado de dificultades que, en 1892, el Papa León XIII consagró a Mons. Sarto como cardenal sacerdote de San Bernardo de los Baños y, casi inmediatamente, lo elevó a la sede metropolitana de Venecia, que comprende el título honorífico de patriarca. Ahí se transformó en un verdadero apóstol para toda la región del Veneto y puso de manifiesto el valor de su sencillez y su rectitud, en una sede que se ufanaba de su magnificencia y de su pompa.

A la muerte de León XIII, en 1903, era creencia general que habría de sucederle en la cátedra de San Pedro el cardenal Rampolla del Tíndaro; las tres primeras votaciones del cónclave indicaron que la opinión general estaba en lo cierto; pero entonces, el cardenal Puzyna, arzobispo de Cracovia, comunicó a la asamblea de electores que el emperador Francisco José de Austria imponía el veto formal contra la elección de Rampolla. El anuncio causó una profunda conmoción; los cardenales protestaron con energía por la intervención del emperador y las cosas llegaron al punto de efervescencia, cuando Rampolla, con mucha dignidad, retiró su candidatura. (Actualmente se afirma que Rampolla no habría sido elegido de ningún modo).

Al cabo de otras cuatro votaciones, resultó elegido el cardenal Giuseppe Sarto. Así llegó a la cátedra de Pedro un hombre de humilde cuna, sin relevantes dotes intelectuales, sin experiencia en las diplomacias eclesiásticas, pero con un corazón tan grande que no le cabía en el pecho, y tan bueno que parecía irradiar gracias: "un hombre de Dios que conocía los infortunios del mundo y las penurias de la existencia y, en la grandeza de su corazón, solo quería arreglarlo todo y consolar a todos".

Uno de los primeros actos del nuevo Papa fue el de recurrir a la constitución "Commissum nobis", a fin de terminar, de una vez por todas, con cualquier supuesto derecho de cualquier poder civil para interferir en una elección papal, por el veto u otro procedimiento. Más adelante, dio un paso cauteloso pero definitivo hacia la reconciliación entre la Iglesia y el Estado, en Italia, al levantar prácticamente el "Non Expedit". Su manera de hacer frente a la muy crítica situación que no tardó en presentarse en Francia fue directa y tan efectiva como cualquiera de los medios diplomáticos en uso. En 1905, luego de numerosos incidentes, el gobierno francés denunció el concordato de 1801, decretó la separación de la Iglesia y el Estado y emprendió una campaña agresiva contra la Iglesia. El gobierno propuso crear una organización para que se preocupara de las propiedades eclesiásticas, bajo el nombre de "associations cultuelles", a la que muchos de los prominentes personajes católicos de Francia deseaban someterse por vías de ensayo; pero, tras una serie de consultas con los obispos franceses, el Papa Pío X emitió un par de declaraciones enérgicas y dignas, por las que condenaba la ley de separación y calificaba la "asociación" de anticanónica. A los que se quejaban de que había sacrificado todas las posesiones de la Iglesia en Francia, les respondió: "Aquellos se preocupaban demasiado por los bienes materiales y muy poco por los espirituales". La separación ofreció la ventaja de que, a partir de entonces, la Santa Sede pudo nombrar directamente a los obispos franceses, sin la nominación previa de los poderes civiles.

El obispo de Nevers, Mons.Gauthey dijo del Papa: "Pío X, nos emancipó de la esclavitud al costo del sacrificio de nuestras propiedades. Que Dios le bendiga por siempre, por no haber titubeado en imponernos ese sacrificio". La severa actitud del Papa causó tantos trastornos y dificultades al gobierno francés que, veinte años más tarde, se avino a concertar un nuevo acuerdo, dentro de los cánones, para la administración de las propiedades de la Iglesia.

Contra el Modernismo

El nombre de Pío X se vincula generalmente y con toda razón, al movimiento que purgó a la Iglesia de ese "resumen de todas las herejías", al que alguno tuvo la ocurrencia de llamar "Modernismo". Un decreto del Santo Oficio fechado en 1907, condenó a ciertos escritores y ciertas ideas; muy pronto le siguió la carta encíclica "Pascendi dominici gregis", en la que se indicaban peligrosas tendencias de alcance imprevisible, se señalaban y condenaban las manifestaciones del modernismo en todos los campos. Pero también se adoptaron medidas enérgicas y, a pesar de que hubo furiosas oposiciones, el modernismo en la Iglesia fue desenmascarado. Ya había conquistado bastante terreno entre los católicos y, sin embargo, no fueron pocos quienes opinaron que la condena del Papa había sido excesiva y obscurantista.

Cinco años después, en 1910, la encíclica del Papa sobre San Carlos Borromeo fue mal interpretada y se ofendieron los protestantes en Alemania. Pío X publicó la explicación oficial del párrafo mal interpretado en el Osservatore Romano y ahí mismo recomendó a los obispos alemanes que no hiciesen más comentarios ni publicidad en torno a la encíclica, en el púlpito o en la prensa.

Renovarlo todo en Cristo: Eucaristía y Palabra

En su primera encíclica Pío X anunciaba que su meta primordial era la de "renovarlo todo en Cristo" y, sin duda que con ese propósito en mente, redactó y aprobó sus decretos sobre el sacramento de la Eucaristía. Por ellos, recomendaba y encomiaba la comunión diaria, si fuese posible; que los niños se acercaran a recibirla al llegar a la edad de la razón, y que se facilitara el suministro de la comunión a los enfermos. (En la Edad Media y, posteriormente en la época del jansenismo, los fieles católicos comulgaban rarísima vez. La comunión diaria o muy frecuente se consideraba como algo extraordinario y aun indebido.)

También el Papa se preocupó por la Palabra, puesto que instaba a la diaria lectura de la Biblia, aunque en este caso las recomendaciones del Papa no fueron tan ampliamente aceptadas. Desde 1903, y con el objeto de aumentar el fervor en el culto divino, emitió motu proprio una serie de instrucciones sobre la música sacra, destinadas a terminar con los abusos al respecto y a restablecer el uso del canto llano en la Iglesia. Dio alientos a los trabajos de la comisión para la codificación de las leyes canónicas y fue él quien llevó a cabo la completa reorganización de los tribunales, oficinas y congregaciones de la Santa Sede. También estableció Pío X una comisión correctora y revisora del texto Vulgata de la Biblia (este trabajo les fue encomendado a los monjes benedictinos) y, en 1909, fundó el Instituto Bíblico para el estudio de las Escrituras y lo dejó a cargo de la Compañía de Jesús.

A favor de los Pobres

Siempre consagró sus preocupaciones y actividades a los débiles y los oprimidos. Con inusitada energía, denunció los malos tratos a que eran sometidos los indígenas en las plantaciones de caucho del Perú. Creó y organizó una comisión de ayuda a los damnificados, tras el desastroso terremoto de Messina y, por cuenta propia, acogió a numerosos refugiados en el hospicio de Santa Marta, junto a San Pedro. Sus caridades, en todas las partes del mundo donde se necesitaban socorros, eran tan abundantes y frecuentes, que las gentes de Roma y de toda Italia se preguntaban de dónde saldría tanto dinero. La sencillez de sus hábitos personales y la santidad de su carácter se ponían de manifiesto en su costumbre de visitar cada domingo, alguno de los patios, rinconadas o plazuelas del Vaticano, para predicar, explicar y comentar el Evangelio de aquel día, a todo el que acudiera a escucharle. Era evidente que Pío X se sentía desconcertado y tal vez un poco escandalizado, ante la pompa y la magnificencia del ceremonial en la corte pontificia. Cuando era patriarca de Venecia, prescindió de una buena parte de la servidumbre y no toleró que nadie, fuera de sus hermanas, le preparase la comida; como Pontífice, eliminó la costumbre de conferir títulos de nobleza a sus familiares. "Por disposición de Dios, solía decir, mis hermanas son hermanas del Papa. Eso debe bastarles". En una ocasión, antes de cierta ceremonia, exclamó ante un viejo amigo suyo: "¡Mira cómo me han vestido!" y se echó a llorar. A otro de sus amigos, le confesó: "No cabe duda de que es una penitencia verse obligado a aceptar todas estas prácticas. ¡Me condujeron entre soldados, como a Jesús cuando le apresaron en Getsemaní!".

Estas anécdotas describen la grandeza de corazón y la sencillez de la bondad de Pío X. A un joven inglés, protestante convertido al catolicismo y que deseaba ser monje, pero sentía el escrúpulo de haber estudiado muy poco, le dijo el Papa: "Para alabar a Dios bien, no se necesita ser sabio". Un escritor de Mántua publicó un libro de carácter sensacionalista en el que lanzaba infames acusaciones contra Pío X; éste no quiso emprender ninguna acción legal, pero, en cuanto supo que el calumniador se hallaba en bancarrota, el Papa le envió ayuda: "Un hombre tan desdichado, comentó, necesita oraciones más que castigos".

Aún durante su vida, Dios utilizó al Papa Pío X como instrumento de sus milagros y, hasta en esos casos sobrenaturales, se puso de manifiesto su perfecta modestia y sencillez. Durante una audiencia pública, uno de los asistentes mostró su brazo paralizado al tiempo que decía: "¡Cúrame, Santo Padre!" El Papa se acercó sonriente, tocó el brazo tumefacto y dijo amablemente: "Si, sí". Y, el hombre quedó curado. En otra audiencia privada, una niña de once años que estaba paralítica, pidió lo mismo. "¡Quiera Dios concederte lo que deseas!", dijo el Pontífice. La niña se levantó y anduvo por sí misma. Una monja que sufría de una tuberculosis muy avanzada, le pidió la salud. "Sí", fue todo lo que repuso Pío X, mientras ponía las manos sobre la cabeza de la religiosa. Aquella tarde, el médico declaró que estaba completamente sana.

Primera Guerra Mundial

El 24 de junio de 1914, la Santa Sede firmó un concordato con Servia; cuatro días más tarde, el archiduque Francisco de Austria y su esposa fueron asesinados en Sarajevo; a la medianoche del 4 de agosto, Alemania, Francia, Austria, Rusia, Gran Bretaña, Servia y Bélgica estaban en guerra. Era el undécimo aniversario de la elección del Papa. Pío X no solo había vaticinado aquella guerra europea, como otros muchos, sino que profetizó que estallaría definitivamente para el verano de 1914. Aquel conflicto fue para el Papa un golpe fatal. "Esta será la última aflicción que me mande el Señor. Con gusto daría mi vida para salvar a mis pobres hijos de esta terrible calamidad". Pocos días más tarde sufrió una bronquitis; al día siguiente, 20 de agosto, murió. Fue, en verdad, víctima de la Guerra.

"Nací pobre, he vivido en la pobreza y quiero morir pobre", dijo en su testamento. Demostró la verdad de aquellas palabras: su pobreza era tanta que hasta la prensa anticlerical quedó admirada.

Después del funeral en la basílica de San Pedro, Mons. Cascioli, escribió lo siguiente: "No tengo la menor duda de que este rincón de la cripta se convertirá, muy pronto, en un santuario, un centro de peregrinación . . . Dios glorificará ante el mundo a este Papa cuya triple corona fue la pobreza, la humildad y la bondad". Y así fue por cierto. El Pontificado de Pío X no fue tranquilo y el Papa mostró resolución en su política. Hubo muchos que le criticaron, lo mismo dentro que fuera de la Iglesia. Pero, al morir, todas las voces fueron una; desde todas partes, desde todas las clases surgió un llamado para que se reconociera la santidad de Pío X, el que fuera Giuseppe Sarto, hijo del cartero.

En 1923, los cardenales de la curia decretaron que se había abierto su causa, firmada por veintiocho prelados. En 1954, el Papa Pío XII canonizó solemnemente a su predecesor ante una enorme multitud que llenaba la Plaza de San Pedro, en Roma. Aquel fue el primer Papa al que se canonizaba desde Pío V, en 1672.