Sor Sara
                                                                                     Luis Rodríguez Álvarez
                                                                                     Párroco San Pío X - Ourense


Hace ya un cierto tiempo que se nos ha quedado a muchos una canción que dice “yo no nací sin causa” de la maravillosa Natalia Lafourcade, canción que se ha convertido en un himno para mucha gente, especialmente para muchas mujeres comprometidas. Comprometidas hasta el punto de que les han arrancado la vida, pero que son semilla de esperanza y de un futuro más digno.


Sara Urbano González ha sido una de esas mujeres que nació para una causa, la causa de los pobres y de los pequeños más indefensos. Nació en el pueblo de Parada de Asadur, en la comarca de Maceda y muy jovencita abrazó la causa de la Compañía de las Hijas de la Caridad siguiendo el carisma de San Vicente de Paúl y de Santa Luisa de Marillac. Ella junto con sus hermanas han sido y son “mujeres entregadas a Dios para servir a Cristo en los pobres”. Mujeres valientes, rompedoras que hacen de la casa de los pobres su propia casa.


Sor Sara dedicó su vida y su causa a cuidar a cientos de niñas y niños en distintos centros de menores por donde pasó: Asturias, Santiago de Compostela… pero especialmente en dos centros que  llevó hasta el último suspiro de su vida grabados en su alma: el Centro de la Barrera y el centro de menores Baoquivi en la calle Manuel Murguía en el barrio de Mariñamansa. A todos los niños y niñas que pasaron por esos centros, Sor Sara les dedicó toda su vida y sus ilusiones. Para todos ellos, Sor Sara fue presencia y arrullo, promesa y encuentro materno, llamada y palabra cariñosa; fue canción y poema, huracán y brisa en tantos momentos de incertidumbre y sufrimiento. No fue fácil el “Hágase” de Sor Sara en muchas etapas de su vida. Pudo inclinarse por el hágase de los poetas, cargado de buenas intenciones, genérico, impersonal, convertido en estribillo convincente y volátil; o pudo aferrarse al hágase de los indecisos, antesala de un pero, de un mirándolo bien y al fin de un no se haga o no me compliques la vida; o pudo perderse en el de los descomplicados que diciendo hágase dicen que otros lo hagan. El hágase de Sor Sara ha desenmascarado los verbos incompletos. Un hágase que se hizo compromiso con los pobres y por los pobres. Un hágase con causa, una causa tan humana como divina, la causa de los heraldos del Evangelio.


Sor Sara falleció el pasado día 2 de diciembre y en la celebración de su funeral escuchamos a una de sus hermanas, Sor Fernanda que nos compartió palabras hermosas: “Sor Sara, desde aquel año 1938 Dios soñó contigo para seguirle como Hija de la Caridad … has hecho muchas mochilas y maletas, has pasado por tantos lugares; en tu equipaje has sabido meter lo más importante que te hizo grande y feliz. Sor Sara, has sido un sol, porque irradiaste amor, iluminaste las sombras de muchos corazones inocentes que has acompañado en los niños de los hogares, día y noche, viviendo codo con codo con ellos. Has sido un sonido de palabras de ánimo, un susurro callado para quien necesitaba consuelo y esperanza. Has sido portadora de buenas noticias en la parroquia de San Pío X. Has sido una Sor, auténtica Hija de la Caridad, alegre y sonriente, constructora de comunidad. Ibas al servicio de los pobres, con alas en los pies. ¡Qué bien supiste ponerte los zapatos de San Vicente y vivir en humildad, sencillez y caridad! En tu corazón de Hija de la Caridad llevas muchos de nuestros secretos a ese cielo prometido…”.


Estoy convencido que Sor Sara no conjugó nunca ese tiempo verbal tan nefasto como es el pluscuamperfecto de subjuntivo. A quienes han olvidado la gramática que aprendimos de niños les recuerdo que esta fórmula verbal se usa para referirse a algo que podría haber pasado si se hubieran dado otras circunstancias, pero que no ha pasado y ya no estamos a tiempo de volver atrás para recuperarlo: “Si hubieras atendido a mis deseos….. Si hubieras seguido este camino…. Si yo no hubiera venido…”. No. Sor Sara conjugó siempre el tiempo verbal de la acción y de la entrega a los más indefensos y olvidados. Conjugó en todo momento los verbos de las bienaventuranzas contemplando la historia con los ojos de Jesús de Nazaret, aquel que con su vida nos habló de que son “felices los infelices que no pierden la esperanza, los incompletos que siguen creciendo, los heridos que se dejan lavar las llagas, los vulnerables que no se avergüenzan de serlo o los preocupados que bailan sobre charcos”. Sor Sara descubrió a esos bienaventurados en los más pobres a los que sirvió y a los que se entregó.


El mismo día que cerraba sus ojos Sor Sara fallecía en Madrid la inigualable Concha Velasco. Aquella niña de Valladolid que desde pequeña tenía el sueño que plasmó en una irrepetible canción “mamá, quiero ser artista”. La misma mujer que hizo bailar a generaciones con “una chica ye-yé” desde el año 1965. Esa dama de la escena y Sor Sara tenían la misma edad, 84 años. Sor Sara tenía mucho de “chica yeyé”: alegre, audaz, fuerte, viva y con esa dulzura en su semblante que cautivaba. No sé si Sor Sara le llegó a decir a su madre que quería ser artista como la Velasco, pero de lo que estoy persuadido es del maravilloso papel que interpretó sobre el escenario de la vida. Un papel con la mejor banda sonora, la de su compromiso como Hija de la Caridad entregada a los más débiles, los preferidos de Dios.


Sor Sara, has sido una artista de la causa del Evangelio. Gracias por tu cariño y tu entrega.